Los monstruos y los fantasmas son reales.
Viven dentro de nosotros. Y, a veces, ganan. Rosana y Patricia nos invitan
escribir sobre olores, aromas, sabores,
que evocan. Para escribir un relato o poema sobre eso.
Gabrielle Ganimard y yo, Héctor Lestrade,
habíamos llegado a Neuquén, donde investigamos el caso de El Cuero. La agencia Nausicaa
nos recompensó con la estadía en un hotel, en que nuestras identificaciones de nos
garantizaban privilegios.
-¿Ustedes son investigadores
paranormales? –dijo el recepcionista- Vinieron en un momento oportuno.
Tendríamos que suspender el descanso.
A través de mí, Gabrielle fue informándose
sobre turistas que fueron siendo despertados a horas inoportunas. Algunos
tenían pesadillas. Otros necesitaron atención médica, por sustos.
-Y algunos estudiosos se han quejado
–agregó el recepcionista- Perdieron documentos de estudio, muestras
arqueológicas.
Gabrielle reaccionó con un despliegue
del lenguaje de señas argentino, con expresiones elocuentes.
-Es un imbécil y bastardo duende –traduje,
rebajando, omitiendo insultos- Nos
hacemos cargo del caso.
Estuvimos rastreando al duende. Hasta que
Gabrielle decidió acampar.
-No es necesario que lo sigamos. Ya se
fue.
-Pero volverá. Y será peligroso.
-¿Por qué no hacemos lo mismo,
Gabrielle? Ahora cuando podríamos estar
disfrutando de la gastronomía local, como cordero patagónico o humita en chala.
Y entonces tuve una idea reveladora.
-Gabrielle, los Lestrade heredamos secretos
ancestrales de Vanessa Binoche, poetisa y bruja. Podría usar uno de esos secretos.
-¿Un hechizo contra duendes? –preguntó
Gabrielle.
-Algo parecido a la alquimia.
¿Trajiste una olla?
Armé una construcción para sostener a
una olla negra, herví agua. Y fue agregando zanahorias, cebollas, champiñones silvestres,
hongos de pino.
-Nuestra antepasada escribió también
un libro de recetas. Soy el único de los actuales Lestrade que sabe
aprovecharlo.
Gabrielle olfateó el aroma de la sopa.
Y sonrió.
-Está a punto –dije, probando una
cucharada- Así que tendremos un visitante.
Era un duende patagónico, vestido de
hojas y jirones de ropa, con una risa siniestra.
-Adelante, duende –le dije- Te
invitamos a comer.
No pudo acercarse. Gabrielle había
puesto una barrera mágica.
-Vamos a hacer un trato, duende. Te
dejamos disfrutar de esta sopa. Pero a cambio, nada de travesuras.
El hotel cumpliría con una cuota.
Preparar unos platos especiales, para dejar en lugares recorridos por el
duende. A cambio, los turistas dormirían tranquilos.
Gabrielle me felicitó, había
solucionado un caso paranormal, en una forma atípica. Y siguió diciendo:
-Y fuero útiles tus conocimientos de
cocina de campamento. Seguiremos viajando así.
Más olores, aromas,
sabores en Artesanos de la Palabra
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Hola Demiurgo, me gustó mucho tu historia, donde transcurre y realmente ese duende es un pesado justo que ellos querían disfrutar de un descanso y de ricos aromas y sabores patagónicos, me encanta que transcurra en Neuquén.
ResponderEliminarDisfruté mucho de leerla.
Muchas gracias por participar de nuestra propuesta.
Un abrazo.
PATRICIA F.
Hola, Patricia.
EliminarMe gusta como lo definiste al duende.
Muy inoportuno, interrumpiiendo un merecido descanso.
Que bien que te guste la ambientación y hayas disfrutado de leer este relato.
Fue un gusto sumarme.
Un abrazo.